viernes 1 de diciembre
La academia de las musas
de José Luis Guerín
Primer día del año, día de estrenos en la cartelera madrileña. La nueva película del catalán José Luis Guerín se toma literalmente la palabra a través de unos personajes que casi no dejan de hablar durante una hora y media, especialmente sobre literatura, libros y amor. Un profesor de filología suelta a sus alumnas sus teorías sobre la creación poética, las musas, los sonetos y su influencia en el mundo, y también pone en práctica estas teorías con algunas de ellas. ¿Qué hay detrás de las muchas palabras vertidas aquí? Una suerte de melodrama que, sin embargo, no cae en lo melodramático, una suerte de documental con no actores -el profesor es un profesor y las alumnas son alumnas- que, sin embargo, es una ficción. Algo así como el reverso de su anterior película En la ciudad de Silvia (2007), donde Guerín eludió los diálogos para mostrar -sobre todo, mostrar- más o menos lo mismo: la pasión amorosa, solo que acá vemos y escuchamos el movimiento del pensamiento de unos personajes que al mismo tiempo se esconden y se ponen en evidencia al usar las palabras, en ello radica su poder. Pero importa cómo están mostradas estas palabras: las del profesor en el aula frente a sus alumnas (el espacio público, digamos), directamente. Y las del profesor fuera del aula en diálogo con sus alumnas o su mujer (el espacio privado, digamos) ya sea dentro de un coche, en un restaurante o en una habitación, a través de un vidrio o de ventanas que reflejan el entorno, un fuera de campo infiltrado pero discreto que se mezcla y se funde con este profesor, con estas alumnas, con cada espectador, de cierto modo, para al final cubrirse todo de una lluvia capaz de silenciar cualquier palabra.
jueves 7 de diciembre
El puente de los espías
de Steven Spielberg
La historia de un hombre firme, de un abogado que cree en la constitución estadounidense y no se deja doblegar. Una película hecha con suficiente presupuesto, con las reglas del cine bien aplicadas y con Spielberg al frente, pero una película unívoca y patriotera, sin la más pequeña zona de misterio o doblez en sus personajes. El que interpreta Tom Hanks, va -digamos- de un punto A a otro B; entre tanto, le ocurren cosas, pero éstas no lo hacen ver ni el mundo diferente ni lo hacen pensar distinto, ya que es un hombre firme. Todo se cierra, todo se entiende, todo bien, pero cuando todo tiene una sola dimensión resulta difícil que algo se quede a la salida del cine, cuando la calle misma es suficiente para borrar de un plumazo y para siempre lo visto instantes atrás.
viernes 8 de diciembre
Un condenado a muerte se ha escapado
de Robert Bresson
Después de tres meses cerrada, la mítica y azulada sala uno de la filmoteca reabrió este año con un gran ciclo sobre Bresson. La película exhibida hoy, de 1956, es -como reza su título- sobre un hombre condenado a muerte y encarcelado que se escapa. Por lo tanto, de un hombre y su habitación: una habitación de tres por dos metros. Por lo tanto, de un hombre y sus ganas de salir de allí, de ser libre. Por lo tanto, de un hombre, de su espera y su evasión "para no pensar", de un hombre y su plan de escape, de su escapada.
Hay un contexto, la ocupación nazi en Francia durante la Segunda Guerra Mundial, pero lo que vemos son paredes, puertas, un catre, una pequeña y cuadrada abertura con barrotes en la pared, y a este hombre -sus ojos, sus manos- con la convicción de huir, urdiendo tentativas y corriendo riesgos mientras los demás apresados se resignan o rezan o se impacientan.
Este hombre persevera, aguarda con paciencia, corre moderados riesgos -moderados considerando que está condenado a muerte- y consigue huir. Al final de su escapada, al fin en la calle, se aleja caminando junto a otro muchacho que huyó con él, adentrándose ambos en la noche, en una suerte de tinieblas tan poco promisorias como las paredes de las que acababan de escapar.
Eso es todo, los hechos "sin adornos", como anuncia el propio Bresson al comienzo de esta crónica sobre una fuga. Y podemos sentirnos aludidos e implicados, todavía hoy, al ver la película, tal vez porque todos estamos condenados a lo mismo y todos aspiramos a la libertad -a una cierta libertad, de la clase que sea-, aunque esta libertad no esté hecha, a fin de cuentas, más que de pura y opaca incertidumbre.
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